jueves, 16 de abril de 2015

Stuttgart, el invitado inesperado

Fuente: Kicker


Las grandes potencias del fútbol continental están condenando a los aficionados a vivir unas últimas jornadas de los grandes campeonatos ligueros sin apenas trascendencia. Salvo en España, y quizás en Francia, el resto de torneos domésticos de cierta enjundia parecen seguir la rutina de cursos anteriores, con el nombre del campeón ya definido de forma virtual, aunque no matemática. Un claro ejemplo de esto es el dominio con puño de hierro que está ejerciendo el Bayern Münich en la Bundesliga. Desde la llegada de Pep Guardiola, la rebelión de equipos como el Borussia Dortmund o el Wolfsburgo ha quedado en un segundo plano, ante la dictadura de los Robben, Müller y compañía. Más pronto que tarde volverá a correr la cerveza por el Allianz Arena, pero antes de deshacernos en elogios ante el gigante bávaro, vamos a echar la vista atrás para recordar una de las ediciones más animadas que se han vivido en la Bundesliga.

Corría el curso 1991-1992 y el campeonato germano se adaptaba a los nuevos tiempos. Por primera vez desde la caída del Muro, conjuntos de las dos Alemanias competían en una misma Liga. A pesar de este hecho tan noticioso, la gran noticia no estuvo en el comienzo sino, como en las buenas películas, en el final. En el reparto hubo de todo: sonrisas, lágrimas y, sobre todo, una última jornada de infarto. Pero antes de relatar esa fecha de taquicardia, nos remontamos al mes de agosto de 1991, cuando uno de los ex equipos de la Alemania Oriental, el Hansa Rostock, se convertía en la gran revelación de la Bundesliga al situarse líder durante cinco de las primeras siete jornadas. Tras la euforia inicial, el globo dirigido por Uwe Reunders acabó desinflándose, cediendo puestos hasta llegar a la última jornada metido en los puestos de descenso.

 Esa sorpresa inicial dio paso a un pulso a dos bandas entre el Eintracht Frankfurt y el Borussia Dortmund. Andreas Moller y Uwe Bein contra Michael Zorc y Chapuisat. La emoción estaba servida, pero entre los intercambios de posiciones de unos y otros, hubo un equipo que lanzó un par de avisos efímeros, pero a la postre muy importantes. En las jornadas 10 y 32, el primer puesto era propiedad del Stuttgart, aunque una derrota en el viejo Olímpico de Münich le pasó factura y muchos descartaron a este conjunto para la pelea por el título. A la siguiente jornada, el Eintracht reafirmaba su liderato con una contundente victoria en Leverkusen, viéndose beneficiado por el enfrentamiento directo entre el Stuttgart y el Dortmund, que se saldó con un 4-2 para el primero.

A medida que se acercaba el final, los nervios fueron lastrando a unos y otros. En la penúltima jornada, el Eintracht se dejaba un empate de forma inesperada en su casa ante un Werder Bremen que acabaría la temporada en novena posición. El Stuttgart tampoco aprovechó el fallo, sumando otra igualada como local ante el Wattenscheid, dando alas a un Dortmund que goleaba plácidamente por 3-1 al Bayer Leverkusen. En resumen, a la jornada 38 (la Bundesliga tenía 20 equipos y no 18 como ahora) llegó el Eintracht como líder, con 50 puntos, igualado con el Dortmund y el Stuttgart. Más emoción imposible. En un campeonato en el que aún se otorgaban dos puntos por victoria, el frente estaba abierto en tres campos de cara a la jornada 38: Hansa Rostock-Eintracht, Duisburgo-Dortmund y Leverkusen-Stuttgart. Por clasificación, el que más complicado lo tenía era el Stuttgart, ya que jugaba en el campo del sexto clasificado, mientras que sus dos rivales directos se verían las caras con dos conjuntos que estaban en zona de descenso.

El primero en golpear fue el Dortmund. Corría el minuto 9, cuando el suizo Chapuisat, quien formaba una dupla excelente con el danés Poulsen, ponía patas arriba la Bundesliga con un 0-1 que, de forma momentánea, les daba el título. Todo eran nervios en aquella calurosa tarde del 16 de mayo de 1992 y más en Rostock. Una ciudad que se tuvo que conformar años atrás con la endogamia de la Oberliga, se despedía de una Bundesliga en la que llegó a saborear las mieles del liderato. El destino quiso que fuese allí, en Rostock, donde se viviera uno de los desenlaces más inesperados. En Leverkusen, el Bayer se adelantaba gracias a un tanto de penalti, aunque el Stuttgart logró igualar en el 43, por lo que la fiesta entre los seguidores del Borussia era total. Al descanso, el Dortmund era campeón, pero en la segunda parte aún habría varios giros en el guión.

Jornada frenética
La sorpresa saltaba en el minuto 18 de la segunda parte, cuando el gran favorito, el Eintracht, encajaba el 1-0. Sin embargo, el tanto de Dowe fue rápidamente contestado con el empate, obra de Kruse, que dejaba todo abierto para el cuarto de hora final. Mientras el Dortmund vivía unos últimos minutos de calma, atento a lo que sucedía en otros campos, sucedió otra carambola. El Stuttgart, que estaba con un jugador menos desde el minuto 79 por expulsión de Sammer, anotaba el 1-2 en Leverkusen, gracias a un cabezazo histórico de Guido Buchwald. Ese golpe anímico viajó rápidamente hasta Rostock, donde el Hansa aprovechó el desconcierto del Eintracht para poner el 2-1 final. Después de tanta emoción, el Stuttgart se hacía con la ensaladera, casi de forma inesperada, mientras que el Eintracht, cerraba el curso en tercera posición, a pesar de haber tenido el título en su mano. A aquel episodio se le denominó como el 'trauma de Rostock', un mazazo que aún permanece en un club que no ha vuelto a verse en una situación similar. 

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