viernes, 10 de abril de 2015

Hamburgo 1974

Fuente: sben.com.ar
“Si en mi lápida escribieran “Hamburgo 1974”, todo el mundo sabría quién yace allí”
Jürgen Sparwasser, autor del único gol de un partido histórico entre la Alemania Federal y la Alemania Democrática. 

Gracias a su gol fue considerado un héroe para toda la gente de la RDA, pero la vida para él no fue lo idílica que todo el mundo creía, es más, en algunos momentos de su vida podemos afirmar que se arrepintió de haber anotado en aquel encuentro.

Nacido un 4 de junio de 1948 en Halberstadt, Jürgen fue un fino y elegante centrocampista ofensivo. Comenzó su carrera futbolística en su ciudad natal, siendo traspasado en 1965 al Magdeburgo, equipo donde hizo una larga e interesante carrera, siendo además, parte importante del único gran éxito futbolístico a nivel internacional, de la República Democrática de Alemania, a nivel de clubes, como fue la obtención de la Recopa de Europa en 1974 con el Magdeburgo, torneo en el cual Jürgen tuvo actuaciones destacadas, sobre todo en semifinales ante el Sporting de Portugal, eliminatoria en la que anotó tanto en la ida, en Alvalade, como en la vuelta, en el Ernst Grube de Magdeburgo. En la final disputada en Rotterdam, y en la que derrotaron al Milán por dos goles a cero, Sparwasser jugó un papel muy destacado en la victoria de su equipo aunque no anotara.

Pero la resonancia internacional que obtuvo su carrera vino dada por su tarea con la selección nacional de la Alemania Democrática. En 1972 obtuvo la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Munich, pero su verdadero salto a la fama lo dio dos años después, en el mundial de Alemania. El sorteo fue muy caprichoso, y emparejó a alemanes occidentales y orientales, en el grupo 1, en la primera fase del torneo, contraponiendo dos realidades, que hasta entonces, habían preferido ignorarse, dando lugar además al partido probablemente más morboso y politizado de toda la historia de las Copas Mundiales de la FIFA. A aquel 22 de junio de 1974, fecha en la que se disputaría el partido, llegaron ambas selecciones clasificadas, tras vencer previamente a Chile y Australia los federales, y vencer a Australia y empatar con Chile los orientales.

Deportivamente, en Hamburgo, ciudad donde se disputaba el partido, estaba en juego el primer puesto del grupo, pero esto no era lo realmente importante… se enfrentaban dos estilos de vida y de hacer política totalmente antagónicos: el capitalismo y el comunismo, por lo que había muchas cosas en juego. En definitiva, era una escenificación de qué sistema político era mejor. El Volkparstadiön de Hamburgo presentaba un lleno hasta la bandera, con cerca de 1.500 hinchas venidos desde la Alemania Oriental, que recibieron un visado de un día de duración, el tiempo justo para animar a sus once compatriotas y volver al otro lado del muro, mientras que los alemanes occidentales deseaban que llegara el partido, para deshacerse sin paliativos de su incómodo invitado. Para que no faltara de nada aparecieron amenazas de secuestros y atentados por parte de la organización terrorista Baader Meinhof. Era un encuentro cargado de mucha tensión…

Y como tal, el desarrollo del juego se caracterizó por la cantidad de errores cometidos, por los nervios existentes en los jugadores de ambos equipos, así como por la ausencia de ocasiones. Solo podemos reseñar un lanzamiento al poste izquierdo de Gerd Müller, el delantero centro de los occidentales. Cuando todo parecía indicar que nos encaminábamos al empate sin goles, llegó el famoso minuto 77 del partido, el que cambió la vida de nuestro protagonista, al convertir el gol que dio origen a una de las mayores sorpresas de la historia de los mundiales. El premio Nobel de literatura Günter Grass lo narra así: “Sparwasser cazó el balón con la cabeza, se lo llevó con los pies, corrió frente al tenaz Vogts y, dejando a Hottges atrás, lo puso a las espaldas de Maier”. El estadio no podía creerlo, la Alemania pobre estaba venciendo a la Alemania poderosa en su propio hogar, se estaba viendo algo increíble…, todo el estadio apremió a los occidentales, que se lanzaron de manera feroz a por el empate, pero los jugadores orientales resistieron el asedio, llegándose con el 0-1 al final del partido. Mientras los orientales se abrazaban con fervor, los occidentales eran despedidos con silbidos por su parroquia.

Jürgen Sparwasser anotando el gol por el que es historia
En aquellos años, la pregunta más recurrente en aquel lado del muro era: “¿Y tú dónde estabas cuando marcó Sparwasser?“. Lo que hicieron los orientales fue golpear al enemigo donde más le dolía, ganándole en su mundial, en su propia casa, pero vistos los acontecimientos posteriores, ¿realmente les hicieron daño? La lógica nos hace pensar que no, puesto que la RDA fue a un grupo terrible en la segunda fase, con Holanda, Brasil y Argentina, mientras que sus homónimos de occidente tuvieron una segunda fase mucho más sencilla, con Suecia, Austria y Polonia. Además, el mismo Franz Beckenbauer admitió que esa derrota les vino bien, puesto que despertó al grupo, que dio lo mejor de sí para acabar proclamándose campeón del mundo en la recordada final ante Holanda, jugada en el Olympiastadiön de Munich.

Ese gol, le cambio la vida a Jürgen Sparwasser, y no para bien. Ya se podía intuir algo cuando la misma noche del partido quiso salir a tomar una cerveza por Reeperbahn –barrio rojo de Hamburgo– con unos compañeros, y le recomendaron no hacerlo porque si no los encargados de la seguridad irían al paro. Cuando llegó al país se dio cuenta de que su gol iba a ser usado como ejemplo de la superioridad oriental sobre el capitalismo occidental, y que a él lo iban a usar como icono político, más aun cuando un año después rechazó una jugosa oferta de 350.000 marcos del Bayern de Munich. Mientras tanto la población opositora al régimen lo veía cada vez con más y más recelos. Se dijo que fue generosamente premiado por ese gol, cosa que fue mentira. Recibió, eso sí, 12.500 marcos occidentales, al igual que todos sus compañeros, por jugar la segunda fase de aquel mundial. Además al ser un icono político, sus movimientos empezaron a ser espiados por la Stasi, pero lo peor estaba por llegar…

Tras retirarse de la práctica activa del fútbol con 31 años después de lesionarse en la cadera, rechazó hasta en tres oportunidades el cargo de entrenador del Magdeburgo, con evidentes intereses políticos por parte del SED (partido político único en la RDA). Como represalia, su doctorado en pedagogía nunca vio la luz. Durante varios años, Spari –como se le conocía en el mundo del fútbol- desempeñó tareas menores en el cuerpo técnico del Magdeburgo, hasta que en enero de 1988 fue a jugar un partido de veteranos a territorio occidental. Nunca más volvió a la Alemania Democrática, cansado de mentiras y patrañas del régimen, reuniéndose de nuevo con su mujer Christa, aunque no con su hija de 19 años, de todas maneras, su adaptación a Occidente no fue nada sencilla.

Casi todos le recordaban el gol conseguido en Hamburgo, mientras que los más conservadores le reprochaban su afiliación al SED. Trabajó como asistente en el Eintracht de Frankfurt y primer entrenador del Darmstadt 98, pero aun así le costó mucho desprenderse de su pasado. Tras estos trabajos presidió con acierto el sindicato de jugadores alemanes, consiguiendo mejorar las condiciones de los futbolistas más modestos. Finalmente consiguió que no se le recuerde su pasado, pero aun así se sintió extranjero tanto en un lado del muro, como en el otro durante mucho tiempo, porque como él mismo afirmó: "hacer ese gol me trajo muchos más problemas que beneficios".

@eugeniomateo1



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