jueves, 9 de abril de 2015

''No fue culpa mía, éramos once''


Palabras dichas en su lecho de muerte por Moacir Barbosa, portero de la selección brasileña en el mundial de 1950, aquel en el que se produjo él celebre Maracanazo, hecho que cambio su vida para siempre, pasando de ser un héroe nacional a un condenado a muerte en libertad.

En los inicios de su carrera curiosamente, no era portero, Moacir Barbosa… era delantero, concretamente extremo izquierda en Sao Paulo, pero un año después cuando llego al Clube Atlético Ypiranga, lo hizo en condición de guardameta. Se mostró como un guardameta muy seguro y ágil, lo que llamo la atención del Vasco da Gama, que le ficho en 1945, aun siendo un portero sin experiencia en el alto nivel, rápidamente se hizo con la titularidad. Con los “camisas negras”, conquisto cinco campeonatos estaduales en ocho años y el Campeonato Sudamericano de Campeones de 1948, precursora de la Copa Libertadores, campeonato que le daría uno de sus pocos pasajes de felicidad tras el Maracanazo.

Que Barbosa llegara a la selección, era un paso natural y lógico, también controvertido, puesto que fue el primer portero de color de la “seleçao”, pero sus condiciones mandaban, además un año antes, Barbosa obtuvo la Copa América con Brasil en 1949, con lo cual, el equipo brasileño llegaba con sobradas razones para creer que podría proclamarse campeón al mundial del año siguiente, que se celebraría en Brasil. Llegado el campeonato el juego del equipo brasileño daba aun más ilusiones a su pueblo, obtuvo sonoras goleadas, entre las que destacan el 7-1 a Suecia, y el 6-1 a España, según muchos, este partido ante los ibéricos, fue la mejor exhibición de fútbol dada por una selección “verdeamarelha”, en Maracaná. Los brasileños llegaron al partido decisivo con Uruguay, en una inmejorable posición para ganar el torneo, le valía empatar -el ganador del torneo, salía de una liguilla entre Uruguay, Brasil, Suecia y España-, era la selección que mejor jugaba, pero…

El fútbol es un deporte muy caprichoso, pero ante todo es cruel con aquel que lo desprecia, y ese fue el error de todo Brasil, error que por desgracia pago quien menos culpa tenia, y en solitario. Repasemos las horas previas a la final: El día anterior a la final, Juvenal, el libero de aquella selección brasileña, fue autorizado a salir de Sao Januario –lugar de concentración de Brasil durante la Copa- llegando a la concentración tarde y en estado de embriaguez, fue al Dancing Avenida, un cabaret de Rió de Janeiro, mantuvo su puesto por la lesión de su suplente, Nena.

El día de la final, el plantel fue levantado a las siete de la mañana para ir a una misa organizada por una radio, el diario O Mundo los presento como campeones del mundo sin jugar, los jugadores tenían previsto el almuerzo a las once pero se interrumpe por la llegada de varios políticos entre los que destaca el ministro de educación, Eduardo Ríos. La concentración no tiene ningún control, se invoca una misión oficial para que los jugadores firmen fotos que luego serán revendidas cuando Brasil gane, la gente de Vasco da Gama pide por Ademir, su ídolo, cuando Flavio Costa el técnico, da la orden de emprender viaje a Maracaná, el autobús toca una de las puertas del lugar de concentración, quedándose parado. Cuando se llego al estadio, el técnico pone colchones en el suelo para que sus jugadores descansasen, y llevando comida a aquellos que no habían podido almorzar, como colofón de todo este descontrol, la charla final de Flavio Costa fue interrumpida por la llegada de Ángelo Mendes de Moráis, la persona que construyo Maracaná en menos de dos años, con estas palabras:  “Ustedes -dice el alcalde por los 254 altavoces del estadio-, que en pocas horas serán aclamados campeones por millones de compatriotas. Ustedes, que no tienen rivales en todo el hemisferio. Ya los saludo como vencedores. Yo cumplí mi promesa construyendo este estadio. ¡Ahora cumplan con su deber, ganando la Copa del Mundo!”.

Casi toda la selección uruguaya estaba amedrentada, como se esperaba por otra parte, pero su capitán Obdulio Varela, ahuyento todos los miedos, primero, contradiciendo a su mister, y animando a sus compañeros a salir a ganar, y segundo, recordándoles que el público no jugaba: “Los de afuera son de palo”, le dijo a sus compañeros en el túnel de vestuarios antes de salir a jugar. El partido comenzó con Brasil apretando mucho y buscando el gol que les diera tranquilidad, pero los celestes consiguieron llegar al descanso con empate a cero. A los dos minutos de la reanudación, Friaça hizo el gol que adelantaba a Brasil, transformando el estadio en una olla a presión, entonces Varela volvió a actuar, protesto la posición del autor del gol, pidiendo fuera de juego, que no era tal…, con el fin de enfriar al publico, puso luego lentamente el balón en el suelo y les dijo a sus compañeros: “Ahora a ganar el partido”. A partir de ahí, Uruguay creció, a los 66 minutos, una internada de Ghiggia, termina con un centro al área que Schiaffino convirtió en el empate, helando definitivamente al conjunto brasileño. La celeste lo percibió, y trece minutos después, otro avance de Ghiggia, que todo el partido pudo con su marcador Bigode, lleva el miedo a Brasil. Barbosa salió a tapar el centro al área, la acción lógica, pero Ghiggia sorprendió a todos y disparo al primer palo, el arquero brasileño se lanzó con decisión por la pelota, incluso llego a tocarla, pero cuando miro atrás…

La tragedia se consumó, Uruguay había anotado su segundo gol, poniéndose en ventaja y todo el estadio clavo sus ojos sobre el portero, condenándolo sin juicio previo. Durante los pocos minutos restantes, Brasil fue a por el empate, incluso dispuso de ocho saques de esquina consecutivos, pero no pudieron hacer el gol que le diera la victoria en el campeonato. Tras concluir el partido, Barbosa reconoció su parte de culpa alzando la mano en señal de disculpa al público, cuando este buscaba culpables. Toda la pirotecnia lista para festejar el título acabó en el agua. La gente se fue en silencio, apenas hubo destrozos en las calles. Tal fue la magnitud de la tristeza que algunos cuentan que Obdulio Varela, capitán uruguayo, se arrepintió de haberles ganado, ese día Brasil vivió una pesadilla.

Curiosamente Barbosa fue nombrado mejor portero del campeonato, incluso siguió jugando en la selección brasileña hasta 1953, pero ya nada fue lo mismo. Al día siguiente, salió con su mujer Clotilde de compras, ese día ya vio que todos le miraban. Pensó que seria algo pasajero, pero nada mas lejos de la realidad. Con el pasar del tiempo la gente se burlaba de él, uno de sus días más difíciles llego cuando en un supermercado, una mujer le señaló diciéndole a su pequeño: “Ese fue el hombre que hizo llorar a doscientos millones de brasileños”. Intento apagar su condena quemando los postes de aquella portería, cuando se los regalaron después de que FIFA mandara poner porterías con los postes de hierro, pero como cantaba Tabaré Cardozo: “Quema los palos Barbosa, del arco de Brasil, la condena del Maracaná, se paga hasta morir”.

En 1994, cuando fue a visitar a la selección brasileña y desearles suerte, Zagallo, segundo entrenador no le dejó entrar puesto que era considerado gafe, “En mi país, la condena máxima por un asesinato son treinta años, yo llevo cuarenta y tres años de condena por un crimen que no cometí” fueron sus palabras tras el desprecio. Para agravar su tristeza, Clotilde, su mujer, murió de cáncer en 1996, aunque unos años antes, en 1991 volvió a la vida, cuando un joven le reconoció, y le agradeció el Campeonato Sudamericano de Campeones ganado con Vasco da Gama en 1948. A partir de ese momento, Teresa Borba, la mujer de este joven se convirtió en su hija adoptiva, de hecho ella consigue que Vasco da Gama le pague una pensión, cuando se queda arruinado por culpa de la enfermedad de su mujer. Ella también fue quien intento limpiar el nombre de Moacir, lo describió como un tipo alegre, que ya no tenia pesar por haber perdido esa final, fue una batalla muy difícil para Teresa. De hecho la prensa brasileña apenas registro su muerte y solo un viejo rival Idario Peinado, estrella del Corinthians de los años 50, lo evocó.

Quizá todo esto acabo setenta y cuatro años después, cuando Brasil perdió 7-1 contra Alemania, en semifinales del mundial 2014. Teresa lo siente así, de hecho declaro: “Creo que con esto lava su alma. Con esto mi padre se está quitando el peso de aquella culpa”, pero lamentablemente Moacir Barbosa nunca lo sabrá, puesto que murió catorce años antes, olvidado prácticamente por todos.

@eugeniomateo1

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