domingo, 1 de febrero de 2015

Los renglones torcidos del fútbol


Cambiaré un poco el título de uno de los mejores libros jamás escritos para poder introducir la historia de un hombre que pudo llegar a hacer magia, pero se quedo a las puertas del codiciado Olimpo del fútbol. Y es que este hombre es uno más de los diferentes renglones torcidos del fútbol.

Estos “renglones” abarcan muchísimos tipos de futbolistas: algunos nunca llegan a la élite simplemente por falta de talento, otros por falta de espíritu, falta de continuidad… Pero este en concreto nunca llegó porque le falló el instrumento más importante que tenemos todos los seres humanos: el cerebro.

La historia de Sebastian Deisler comienza como comienzan las carreras de todos los futbolistas que ahora idolatramos (a no ser que veamos una película de alto presupuesto en Hollywood, la cual nos contará que un futbolista se convirtió en héroe por arte de magia).

Nació un 5 de enero en el año 1980 en una pequeña localidad de Alemania. Sebastian comenzó a jugar con tan solo seis años en el FV Tumringen y con una edad un poco más avanzada en el FV Lörrach, ambos equipos locales. Pronto, cuando Deisler alcanzó los 15 años de edad, los ojeadores del  Borussia Mönchengladbach pusieron sus miras en el joven interior alemán.

Como era de esperar, Sebastian fue fichado por el Borussia y pasó cuatro grandes años en su cantera, hasta que en la temporada 98-99 tuvo la gran oportunidad de saltar al primer equipo, cuajando una excelente temporada en la que jugó 17 encuentros y perforó la red en una ocasión. Como curiosidad, en aquel Borussia compartió equipo con Enke,  quien fuera portero del Barça. Con quien compartiría, para su desgracia, la misma enfermedad, la cual se dice que pudo acabar con la vida del portero: una grave depresión. Pero no avancemos acontecimientos, la “leyenda” nacía y el jovencito Deisler era considerado el niño de oro alemán.

El Borussia, a pesar de todo, descendió a la segunda división y fue entonces cuando el Hertha de Berlín aprovechó la oportunidad para hacerse con los servicios del jugador de la región de Friburgo. Todo iba para arriba. Jugaría en Berlín, una gran ciudad y jugaría Champions League, un salto de calidad importantísimo. Y es aquí, justo aquí, cuando comenzó la pesadilla para Sebastian.

El cerebro, del que os hablaba antes, comenzaba a fallar, y psicólogos especulaban sobre el mal rendimiento que podría dar debido al salto de una pequeña localidad de apenas 49.000 habitantes a una gran urbe de casi 4 millones de ciudadanos. Decían que no estaba preparado para ese cambio tan brusco y que podría afectarle, pero no le dio tiempo…

Deisler sufrió una rotura del tan temido por los futbolistas, ligamento cruzado. La primera de muchas lesiones y la primera de otras tantas operaciones. A pesar de eso, Deisler demostró un gran aplomo al hacer la recuperación entera y ganarse la titularidad arrebatándosela a Dariusz Wosz. Tan espectacular fue su segunda parte de la temporada que fue convocado para la selección alemana y así, disputó la Eurocopa del 2000 en la que no hizo mal papel. Jugó la temporada siguiente entera y sin incidentes, consolidándose como la  gran promesa del fútbol alemán, epíteto del que nunca saldría: promesa.

En su tercera temporada en el Hertha, sufrió otra lesión gravísima de rodilla y no pudo disputar ni un solo partido de la temporada 2001/02. Al finalizar esa temporada, se sometió a una nueva operación de rodilla, y el Bayern hizo un movimiento que algunos medios tildaron de “locura”: ficharon por 9 millones de euros (20 millones de marcos, muchísimo para la época de la que hablamos) a un ya veinteañero Sebastian Deisler.

Con este salto de calidad, la prensa se le echó encima con diferentes motivos: ya estaba en un grande, la gran promesa, todo el mundo le esperaba, no podía volver a lesionarse, decepcionaría a todo un país… Y fue aquí cuando, definitivamente, el instrumento del que hablaba al principio del artículo, se rompió. Deisler no pudo soportar aquella presión. Volvió a lesionarse y en la Navidad de 2003 toco el fondo más absoluto: fue internado en el Max-Planck-Institut de Munich, un sanatorio mental, para poder tratar su fuerte depresión nerviosa.

Sin prisa pero sin pausa fue avanzando. Poco a poco. A los dos meses salió del sanatorio, pero el cerebro no llegó a recuperarse realmente, lo que repercutió en su forma física. Nunca estuvo bien ni mental ni físicamente. El diario alemán Bild le apodó “Dalai Deisler” a su salida del sanatorio, ya que para apoyarse en su recuperación ingresó en una secta budista, quienes incluso fueron a visitarle a algún entrenamiento. El Bayern llegó a contratar espías para que no fuera más allá en aquella secta y no le afectara a nivel de juego.

Su vida sufrió un giro cuando Michael Ballack abandonó el Bayern, ya que tuvo que hacerse cargo del mediocentro durante dos temporadas enteras, llegando a recuperar un gran nivel y siendo convocado para la Copa Confederaciones de 2005 por la selección alemana. Su rodilla acabó definitivamente con su carrera deportiva y en el año 2006 tuvo otra grave lesión. Al recuperarse, no podía más (llegó a pensar en el suicidio según sus psicólogos) y decidió abandonar el fútbol definitivamente a la edad de 27 años.

Esta es la historia de uno de los numerosos renglones torcidos del fútbol que nos demuestra, ni más ni menos, que los futbolistas son personas, como todos nosotros, y que cuando el cerebro de uno de estos privilegiados dice “hasta aquí” no hay nada que pueda evitarlo.

Actualmente Sebastian Deisler es feliz, y regenta una tienda de productos del Nepal y del Himalaya en su ciudad natal, después de escribir su autobiografía y sacarse un buen dinero con ello.

El fútbol no son solo horas y horas de gimnasio. El fútbol no son solo 11 tíos dándole patadas una pelotita. El fútbol no son solo 50.000 personas cantando en una gran estructura con un césped rectangular en el centro. El fútbol es vida. Y no todos están preparados para llevar una vida así.

Artículo escrito por: @AlejandroJabad

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